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Durante el debate política general me emocioné. Pere Aragonès empezó su discurso diciendo que la ciudadanía necesita que se la hable “con absoluta sinceridad” y que esa era la condición para “avanzar de nuevo: hablar claro”.
¡Ya era hora!, pensé. Pero luego la cosa se torció: al final del discurso volvió a hablar de “represión” y de “exilio”.
“Hoy, esta represión se manifiesta en forma de exilio, en forma de causas judiciales, de inhabilitados, en forma de toda persecución de los que simplemente son independentistas”, afirmó.
No es verdad, si fuera así estarían investigados unos dos millones de personas. Menos según los resultados de las elecciones del año pasado: 1,4 millones. Y España, aunque algunos querrían, no es un Estado policial. Esto no es la dictadura de Pinochet.
Es una de las consecuencias psicológicas del proceso: el incremento del victimismo.
Se comportan como adolescentes. Peor: como niños que han hecho una gamberrada y, cuando la maestra los riñe, se quejan.
En efecto, han convertido Catalunya -la política catalana- en un parvulario. Pero no estaría mal que, por una vez dijeran la verdad: el proceso ha terminado en un sonoro fracaso. Y ya de paso que hicieran alguna reflexión, expresaran alguna autocrítica, sacaran alguna conclusión.
Peor: ni eso. Hasta hace cuatro días todavía iban pavoneándose de que “ho tornarem a fer”.
Lo de Catalunya solo se arregla de dos maneras: o alternancia democrática o diciendo la verdad.
La primera es lo que suele ocurrir en las sociedades occidentales: cuando gobiernan unos y lo hacen mal, ganan los otros. Aquí es complicado. Por la Ley Electoral, TV3, el sistema mediático. ¡30 millones dedican a publicidad!
En realidad hace 40 años que gobiernan los mismos. Incluso con Maragall gobernaron los mismos. Carod presumió un día, durante un programa de radio, que tenía las llaves del Govern.
Aquí han seguido votando a gente que decía que había una crisis humanitaria como si esto fuera Etiopía o Somalia (Torra), que les perseguía un agente del CNI en patinete (Eduard Pujol) o que si lo condenaban se hundiría el “Estado español” (Francesc Homs).
Y me ahorro, por razones de espacio, las que han hecho porque el proceso ha estado lleno de frikis.
Es más: algunos han llegado a lo más alto. La otra opción sería decir la verdad. Pero como dijo Pla: “¿Por qué, en nuestro país, nadie dice la verdad?”
Ya iría siendo hora.